22.2.10

Goreizando al infeliz

...Fue entonces cuando el suplico por su vida. Mientras lo hacia a gritos, rápida y desesperadamente tome el hacha. Inspire profundamente mientras preparaba cada kilogramo de presión que aplicaría con el hacha en su cabeza, la cual quedo cómica-mente dividida exactamente a la mitad. Era tan poco probable, el hacha estaba profundamente enterrado en su cráneo pero el mal nacido seguía con vida mientras caía por el brutal golpe y el peso del hacha, el cual parecía haber sido incrustado por un cirujano en una eterna intervención. El hijo de puta todavía respiraba, su materia gris permanecía intacta. Apresurado intente quitar el objeto cortante de su cráneo para reventar sus sesos con un nuevo golpe, pero me fue imposible. Corrí al garaje a buscar la moto-sierra, tenía planeado divertirme un rato en caso de que el plan A se frustrara, y pensé que por mas que siguiera vivo no se levantaría.
Grata fue mi sorpresa y mis ojos se pusieron como platos cuando volví predispuesto a re matarlo jugando al carnicero, el infeliz no solo había recobrado el conocimiento, sino que también se dirigía hacia la ventana o quizás al teléfono que estaba a su lado. Corrí unos cinco pasos, casi fueron saltos, con la moto-sierra encendida en mis manos, me posicioné a unos cuantos centímetros, quizás un metro, y cercené su cabeza de un tajo. La cabeza no voló mucho, el peso del hacha que tenía incrustada se lo impidió. Para mi desgracia el envión de su frustrado intento de pedir ayuda, sumado a las involuntarias contracciones del recién decapitado cuerpo, no solo llego a la ventana, también el peso del cuerpo atravesó el vidrio, rodó por el techo del hall de entrada y se incrustó en las afiladas rejas de la casa.
En ese instante se escucharon muchos gritos de niños, para cuando me asomé a echar un vistazo vi como todos los niños de la cuadra, que estaban jugando al fútbol, corrían e ingresaban a sus respectivas casas horrorizados. Entonces pensé: "Jamás voy a poder matarlos a todos antes de que hablen.".
Saqué el porro que había armado previo al altercado, me acomodé en el sillón del occiso y lo fumé tranquilamente mientras esperaba escuchar ese ensordecedor sonido de las sirenas y ver el azul de las luces atravesar la ventana y las cortinas.
Entre pitadas aparecieron los pensamientos, yo no voy a salir, que entren a sacarme, ¿para que pago mis impuestos?, Que trabajen.

EnK

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